jueves, 2 de diciembre de 2010

El valor de un recuerdo.

Ella iba en el asiento mejor ubicado del autobús, al lado de un anciano, mientras divagaba entre sus pensamiento, el autobús se paró, como en una de sus veinte estaciones. Ella giró la cabeza, y no daba crédito de lo que veía, de que le veía, de repente, todos sus divagantes pensamiento se agruparon solo en uno, en él.
Hacía cuatro años, que no se veían.
Comenzó a recordar, aquel banco de madera, de un otoño frío, de un amor, o un pequeño sentimiento, de aquellos que enriquecen el alma, que aceleran el corazón... ese dulce amor infantil, y a su vez no tan infantil, que te llega a corta y temprana edad pero que te toca lo más maduro de tu corazón.
Comprendió que con el dolor que le había causado, ni tan siquiera le otorgaba el derecho de mirarle, giró la mirada, y siguió entre sus pensamientos.





Él caminaba con rumbo puesto en un solo pensamiento, cruzaba la calle, como otro día más, sabía que no debía cruzar por ahí, ya que tenia que ir por el sitio correcto, pero vió pararse el autobús, y aprobechó a cruzar por ahí, giro la cabeza, y no daba crédito a lo que sus ojos observaban, era ella, después de tanto tiempo.
Hacia cuatro dolorosos años que no se veían.
Sintió un vuelco al corazón cuando dentro de él resonó ese sentimiento tan amargo de aquel otoño, más frío que los demás, cuando entre un par de lágrimas le dejo en un banco, sentado, sin más palabras que un adiós.
Volvió a mirar, era demasiado tarde ella había agachado la mirada, y el autobús ya se estaba alejado de la estación.